jueves, 10 de diciembre de 2009

Artículo Diario Los Tiempos, de Bolivia.

Estimados Amigos Poetas:
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Compartimos con ustedes artículo del Diario Los Tiempos de Bolivia, Edición Diciembre, en cuyo artículo, el Poeta Eduardo Nogales Guzmán, observa, reflexiona y proyecta desde Cochabamba el Manifiesto de Poetas Chilenos por la Integración de los Pueblos de Chile y Bolivia.
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Elogio a la Poesía
Por Eduardo Nogales Guzmán, Poeta Boliviano.

En la angustia y el sinsentido de un mundo que conoce con certeza su imposibilidad, y, que, a pesar de ello persiste y machaca su lujuria inmensamente sostenida por la historia, historicidad que se repite como mofa o estupidez, a despecho de Marx, ignorando que sólo los dioses y el Ser (el Espíritu Eterno) no se repiten. En tanto movimiento todo es repetición. Sólo lo inamovible es irrepetible.

Y sin miramientos de ninguna índole, precisamente, esa historicidad del Logos, esa exacerbación del mundo cuyo extremo es la desvinculación con la trascendencia y su anterioridad, y cuya orfandad es esto que somos como mundo desvinculado de todo, tras el conflicto de la infinita multiplicidad de las falsas identidades, es evidente, a pesar de esto, que, el mundo, no tiene resquemor en alcanzar el colapso global y la negación reiterada de su trascendencia, en rigor y si se entiende bien, al insistir en la aniquilación de lo que poéticamente advirtieron con tanto dolor, lucidez y perplejidad, hasta adentrarse en la locura, Silessius, y, sin retorno, Holderlin.

Porque, este después que es el mundo y su imperio del aquí y del ahora, sostiene arrogante su paradoja, esa que no cree que llegará el derrumbe civilizatorio pero que hace lo posible para que así ocurra. Pues, soberbio, quizás, confía en el poder de la razón instrumental para rectificar el Pachakuti (la vuelta del todo) o el Apocalipsis (proféticamente términos y significados símiles porque diseñan transformaciones axiales del cielo y de la tierra, aunque el Pachakuti es una vuelta cosmológica que influirá en el conocer y la conducta de los hombres; y el Apocalipsis es un cambio del cielo y de la tierra en su dimensión espiritual, teológica y cosmológica que influirá en el pensar), sin más, en el siglo XXI.

Ante los pachakutis y apocalipsis, las revoluciones, en cualquier tiempo, han sido verdaderas y grandes eufemias, o, por lo menos, paisajes y tediosos espectáculos que expresan que hay algo irresuelto entre el cielo y la tierra, o, entre el Ser y el mundo que no se dilucidan con encantamientos societales, porque estos asuntos hacen al origen del universo y a su continuidad. Al gran poeta Fernando Pessoa, y, más antes al genial adolescente Rimbaud, que quería cambiar la vida no el mundo, les causaban, al menos, estrepitosas carcajadas las mentadas revoluciones, y no dejaban de admitir como Baudelaire, el bostezo tedioso de los tiempos falsamente novedosos. Sabían que la Poesía comprendía y dilucidaba con claridad todo.

Me inscribo en esa estirpe, pues, si van haber transformaciones, estas deberán ser teo/cosmológicas. Y esto implica, estremecimientos de fondo del lenguaje, y, a través de fuerzas que escapan a la dimensión humana, según los registros de los pachakutis andinos y los apocalipsis registrados por ejemplo en el libro acadio Gilmagehs.

Resulta, así, sorprendente, que, la Poesía, es decir, la Gran Inutilidad, y el Poeta, ese Gran Inútil, son -aunque los poetas tampoco lo saben- la única y sagrada posibilidad contra la historia y a despecho de la velocidad y del tamaño del mundo que en su oscura pretensión niegan y proscriben al Ser, siendo que la poesía y la palabra son el Ser.

Cuanto más mundo y poder, menos Ser y miseria de poesía.No me cabe la más mínima duda al respecto, si poesía es sobre todo pensar y nombrar los fundamentos, o, abandonar la apariencia de la realidad, si mundo, etimológicamente, quiere decir espejo, coquetería. Poesía es Ser. Y Ser piensa lo que no transcurre. Piensa y siente lo que es. Poesía trata lo que es. Poesía dilucida a los dioses. Poesía se dice a sí misma. Poesía es sí misma. Por tanto, lo que es, considera, sólo lo que es, habría dicho, estoy seguro, en Lisboa, frente a una copa de vino y con cierta mofa reiterada, la imperturbable soledad de Pessoa.

De lo que resulta, ahora, considerando lo anterior como preámbulo, que no puedo dejar de decir estas no cosas que son los no lugares de la labor de lo verdadero, y que nadie hace caso en nuestra querida, somnolienta y atávica aldea.

A ver, en el mes de abril de este año, mi amigo, el joven poeta chileno Jaime Antonio Guzmán, luego de un intercambio epistolar, me envía el Manifiesto de los poetas chilenos por la integración de los pueblo de Chile y Bolivia, y me cuenta del encuentro que tuvieron los poetas en Santiago de Chile al impulso de este Manifiesto. Claro, Jaime Antonio Guzmán es un convencido de rectificar los caminos martirizados y encontrar los tesoros ocultos de la palabra.

Oye, siendo quien esto escribe ahora un militante de la línea dura que defiende las causas perdidas del Ser que debe rectificar, no condenar, el mundo, o, un “Melancólico soldado de la luna” en el decir del magnífico poeta Fernando Rosso, es decir, un caballero a carta cabal, no dudé al conocer ese Manifiesto, en admirar la proeza que en el interior de Chile, un importante número de poetas jóvenes, casa adentro y con las puertas abiertas, pretenden con ardor, poner en orden las cosas y reconsiderar el trazo o las cicatrices que Chile y Bolivia se infringieron en la historia. Yo le dije a Jaime Antonio Guzmán, con cierta serenidad, luego, que la historia siempre es tarde por constituirse en el después, y que la historia siempre es una cicatriz.

Pero, a pesar de alentar la posibilidad de rectificar la historia que nunca jamás se rectifica, toda vez que la historia quiere decir apariencia y equívoco y que siempre cree que todo es nuevo bajo sol, porque trata sobre la velocidad de lo que no es, queda en ese Manifiesto lo importante de lo que es: las palabras y los actos de aquellos poetas que realizan en plazas y encuentros en Santiago de Chile, de la manera más auténtica y emotivamente enaltecedora, la preeminencia ética de Ser, sobre todas las cosas.

Lo que trato de decir, hasta aquí, es que la Poesía y el Poeta, en cualquier tiempo e impulsados por cualquier motivación incluso de reivindicación histórica, exceden, por su trato con la palabra, a las circunstancias, aunque se fascinen con ellas. Queda demostrado, una vez más, que quien trata enaltecedoramente la palabra, toca el no lugar de lo verdadero, el no mundo, lo permanente, el continuun benevolente de lo inalterable, en aras de restituir las palabras para rectificar el mundo:

“Creemos que la poesía nos hará evadir lo propenso que estamos a tomar el camino incorrecto”, dicen los poetas al inicio del Manifiesto, advirtiendo que sólo la poesía, como la consciencia más profunda, integrará y reunificará el despojo que se ofrenda en el iluso y breve banquete fantasmal de la historia.

Por supuesto, la poesía, siendo el morar poético del ser, advierte el error de lo que se repite incansablemente en error: “Declaramos que estas voces están vírgenes de prejuicios, nacen en el alba primera del continente, su precisión estará dada por los pueblos que se suman a convertir las probabilidades en certezas y su valor está marcado por todo lo que imaginamos. La Poesía pretende cambiar las cosas y extraer aquello que se vuelve caos, pues el mundo refleja sólo una parte del valor de las palabras más allá de la vista humana…”.

¡Dentristas! No podía ser de otra manera. He aquí -y lo sostiene y preserva hace miles de años la matriz civilizatoria del pensamiento y la palabra, que en nuestro caso lo expresan los Guaraníes en el Chaco, y en los Andes Centrales de Oruro, los Uru/Pukinas. A saber, que, el mundo en las palabras son sólo una parte, y que lo que contiene la palabra es inconmensurable, y valga llamar a esto de una vez: la consciencia de la consciencia, la luz de las aves, lo imperturbable, el sol del sol. Esto implica que hay un antes intangible que determina este después del hecho que es la cosa y el mundo, y que los Guaraníes y Guarayos dirán que es el Abuelo que vive en un sol detrás del sol, alumbrado únicamente con la luz de las aves (las palabras); y, los Urus que encontrarán en la luna, el sol de sus vocablos y su alma, y que por eso traducirán de los vientos y del agua, el decir de las anterioridades interminables. Buda, luego de su éxtasis primigenio, cuando se adentró en el silencio absoluto de las palabras, como toda iniciación santa que empieza y termina en las palabras, despertó exclamando: “Ahora sé todo”. Es que había comprendido que la palabra era todo. Y Thunupa, en los Andes, al que le decían los aymaras un “parlero hombre”, era un ser de la palabra que sabía que su ser era la palabra.

“Desafiamos a la razón, para escuchar de manera cierta el estrechar de manos de estos pueblos, remontándonos al parto universal de la voz inmortal, arrasando las tradiciones, los vocablos, las alegrías, las tristezas, los miedos los rencores orígenes de un nuevo tiempo de paz que penetre la carne y encienda el alma en su plano superior”.

Qué más. O interpelamos el tamaño y la velocidad del mundo que ha sustentado con la Modernidad Civilizatoria, el afuera como si lo social transformado en el animal político y en el arrasador, fuera el sustento único de la historia y del mundo al desatar el Leviatán para arrasar los templos santos e inalterables, o la hecatombe será irreversible. Pocos saben que la Modernidad desató al Leviatán para domarlo en su afuera con el Estado y el Logos. Es por esto que persiste la aniquilación del diferente, y no habrá paz y será imposible el alma en su realización esplendorosa. Historia, razón, movimiento, logos y mundo, significan la perpetua irresolución del bien y del mal, sin ninguna otra posibilidad que la guerra y el arrasamiento.

Pero la poesía, he aquí la esperanza cierta, sin duda ni temor, le desmiente, y con genialidad, ética y hermosura le encara al Logos su ajenitud y su incompletud. Por ello la Poesía está condenada por el poder: la ha excluido y la proscribirá siempre.

“Tendemos la mano a los pueblos para la ida y la vuelta, para cambiar juntos el último horizonte, más alto que la cumbre en que nos encontramos, donde por el campo se extiende la vida, el espacio, el tiempo, la razón, la fantasía, el espíritu y la materia”.

Sí, tras el último horizonte o el último mundo. No queda otro alegato que admitir que la conciencia de la consciencia que significa pensar y hablar, morar poéticamente, sosteniendo el mayor enaltecimiento que significa el diálogo que es escuchar lo inescuchable, “tender la mano”, es lo que compete al siglo en el que se dirimirán: o el mundo que proscribe al ser, o el ser que podría rectificar el mundo, o, la coexistencia y lo convivial, comprendiendo sin ninguna otra ilusión que lo verdadero es lo que se dice desde el alma, y que las fuerzas que sustentan al Conocimiento y al Pensamiento son preexistentes e indestructibles.

Entonces, de una vez y hacia los cuatro vientos: al Ser de la Palabra la Poesía, también es indestructible, ni duda cabe. No es que los dioses vuelven ciegos a los hombres cuando tratan de confundirles. Para qué. Ocurre que el poder, es decir, el mundo, cuando posee a los hombres les vuelve estúpidos, falsos y ciegos.

Tal mi elogio al Manifiesto de mis amigos poetas de Chile en favor de preservar la posibilidad de la Poesía en esta hora, para restituir, entre los pueblos y los hombres, lo inalterable, “remontándonos al parto universal de la voz inmortal…”.

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